Llegué a la ciudad de Kuching en Borneo una mañana de Julio procedente de Kuala Lumpur, gracias a un baratísimo vuelo con una compañía local comprado unos días antes de manera improvisada. En el aeropuerto de Kuching los trámites fueron mínimos, con la excepción de un pequeño retraso antes de salir completamente del aeropuerto, debido a que la visita a la parte malaya de Borneo (Sarawak) precisa de la extensión de un visado especial a la llegada. Los autobuses a la ciudad parecían haber sido cancelados con lo que no me quedó otra opción más que coger un taxi, que en media hora escasa me dejó en el centro de Kuching. Tras registrarme en un pequeño hostal (más adelante entraré en detalles con relación a dicho alojamiento y sus peculiares propietarios) y dejar mis pertenencias, me dirigí a dar un tranquilo paseo en lo que aparentemente me había parecido una ciudad sin mucho atractivo (al menos lo que había apreciar desde la autopista). Una vez más tuve que tragarme mis palabras al descubrir una ciudad realmente encantadora, dividida en dos partes por la desembocadura del río Sarawak. La parte sur alberga un delicioso paseo a la orilla del río, flanqueado por pequeños edificios coloniales y tiendas, en su mayoría regentadas por comerciantes chinos que constituyen casi un tercio de la población, procedentes de las grandes migraciones del siglo XIX. El resto de la población la componen malayos y diferentes etnias locales como los Iban. Es de obligada mención que absolutamente toda la gente con la que tuve oportunidad de tratar o charlar fue amable y agradable en extremo. La rivera norte da cabida a una serie de pueblecitos típicamente malayos (Kampong), más una antigua fortaleza de la época de los Rajahs Blancos (parece ser que toda una dinastía de Rajahs de origen británico ostentó el poder durante el siglo XIX y buena parte del XX, hasta la independencia malaya).

El paseo desemboca a la entrada de un acogedora Chinatown, seguida de otra calle peatonal llamada Little India, ambas repletas de pequeños restaurantes locales. Elegí aleatoriamente un local hindú y allí me acerqué a tomar un pequeño refrigerio consistente en un delicioso roti canai y un batido de mango, todo ello a un precio más que razonable, especialmente para un europeo. Allí transcurrí lánguidamente parte de la tarde hasta que el sol estuvo más bajo. Hago un inciso para comentar que el clima en Borneo, si bien ecuatorial, no resulta ni excesivamente húmedo ni exageradamente caluroso, aunque conviene evitar el sol del mediodía, que cae a plomo desde la vertical. Al margen de ésto, las temperaturas se mantienen en unos más que agradables treinta grados, refrescando ligeramente al atardecer. Es en este atardecer que decidí por fin abandonar el restaurante y dirigire de vuelta al hostal caminando por el paseo del río. El sol comenzaba su rápido camino hacia el horizonte, ocultándose por detrás del monte Santubong, y reflejando todos los matices del rojo y dorado sobre el río xxx. Unas barcas-taxi cruzaban hasta la orilla de enfrente, llevando a la gente de vuelta a sus casas tras la jornada laboral, y las estelas producían hermosas ondulaciones sobre la tranquila superficie del Sarawak. Fue la primera de las espectaculares puestas de sol en Borneo. Durante todo el paseo pude disfrutar de la escucha de Marine Girls, que con sus dos únicos álbumes 'Lazy days' y 'Beach party', resumen a la perfección mis máximas aspiraciones vitales.

De vuelta al hostal encontré a los propietarios engarzados en una competición de karaoke cantando el Poco-Poco (una suerte de 'Baila Macarena' en malayo, por así decirlo). Son unos jóvenes de origen Iban (fácil de deducir por los tatuajes que llevan grabados a lo largo de la garganta), aunque perfectamente integrados en las visicitudes de la vida moderna, alguna de ellas de dudoso gusto. No en vano uno de ellos mostraba orgulloso su camiseta de Metallica, aunque bien pude también disfrutar de conexión inalámbrica gratuíta los días que estuve allí alojado. La política del hostal con relación a los desayunos me resultó curiosa en tanto que permiten a uno hacer uso y consumo del café, té, tostadas y frutas tropicales variadas durante todo el día, sin más restricciones que la que uno mismo se ponga (aquí entra en acción obviamente la ley del decoro y la mesura). La única condición es limpiar y recoger los utensilios de cocina una vez usados. Ni que decir que me sentí completamente como en casa.

2 comentarios:

  1. Anónimo dijo...

    Me alegra comprobar que sigues descubriendo lugares..ya nos queda menos..empieza la cuenta atrás.

    Clari  

  2. Unknown dijo...

    Pequeño y Gran Viajero ... Noe ya de vuelta por los madriles preparando el verano español y leyendo con envidia sana y más envidia tus letras ... ay, los viajes ... disfruta al máximo ...